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La Odisea

Puede ser raro que alguien de ciencias, como yo, escriba sobre una de las obras más significativas de la literatura griega clásica. Pero, contrariamente a la gente de letras que sabe distinguir qué es o no de letras, la mentalidad científica ve ciencia por doquier, incluso en la Odisea.

Recientemente he visto por televisión la película La Odisea de Andréi Konchalovski, producida por Francis Ford Coppola, una adaptación libre de la “Ilíada” de Homero con añadidos de la “Eneida” de Virgilio (el archiconocido caballo de Troya). Si bien como película de fantasía y acción se trata de un producto aceptable, sus conclusiones finales me han decepcionado bastante.

La trama de la película se centra en el castigo de los dioses al orgulloso Ulises, conquistador de Troya. Después de muchos años vagando por todo los mundos conocidos e inframundo, finalmente se somete a la voluntad divina, quienes le permiten regresar a Ítaca para recuperar su “mundo”, defender a su familia y acabar con todos los que pretendían ursurpar su reino. Un planteamiento demasiado “conservador” de la voluntad humana que desvirtúa bastante el verdadero espíritu de la Ilíada.

Las aventuras de Ulises deberían verse en realidad como un viaje hacia el conocimiento. Allá donde recala, Ulises adquiere más sabiduría y conocimientos. Aquél hombre inteligente que derrotó a los troyanos, acaba volviendo sabio después de muchos años. Definitivamente Ítaca no era el destino del viaje, si no la Sabiduría.

En la película, Ulises decide viajar al reino de Hades para que el profeta ciego Tiresias le indique cómo volver a Ítaca. Tiresias le dice que el ciego es él por no reconocer en el cielo estrellado el modo de regresar a casa: “La constelación Orión siempre al acecho de la Osa, también llamada carro, la única constelación que nunca se baña en el mar. Mantén siempre la Osa a tu izquierda y llegarás a Ítaca”. Tiresias le da el conocimiento para no depender de los dioses, del mismo modo que Prometeo entregó el fuego del conocimiento a los hombres. Con este conocimiento, Ulises es capaz de volver a casa como hombre sabio.

Realmente, en la Ilíada no es Tiresias quién indica el camino a casa, si no la divina Calypso cuando Ulises es finalmente perdonado por los dioses. Pero aparte de esta licencia para lucimiento de Christopher Lee en el papel de Tiresias, hay algo en esta indicación que resulta raro para una mente científica. Situada sobre el eje de giro de la Tierra, la Osa Mayor gira sobre sí misma. Dependiendo de la latitud, esta constelación nunca se pondría en el horizonte marino de modo que resulta una buena referencia para guiarse por la noche. Pero, ¿por qué no se habla de la estrella Polar como indicadora del norte? Muy sencillo: en la época en la que se escribió la Ilíada, la estrella polar no estaba fija en el cielo, giraba con el resto de estrellas de la constelación debido a que la inclinación del eje de la Tierra cambia con el tiempo. En la actualidad, la estrella Polar coincide con el eje de giro, pero no siempre ha sido ni será así.

Es el conocimiento lo que finalmente nos libera del yugo de los dioses. Tal y como cuenta en su poema “Ítaca” el griego Constantinos P. Cavafis:

Cuando salgas de viaje para Ítaca  
desea que el camino sea largo,  
colmado de aventuras, colmado de experiencias.  
A los lestrigones y a los cíclopes,  
al irascible Poseidón no temas,  
pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino,  
si tu pensamiento se mantiene alto,  
si una exquisita emoción te toca cuerpo y alma.  
A los lestrigones y a los cíclopes,  
al fiero Poseidón no encontrarás,  
a no ser que los lleves ya en tu alma,  
a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.

Desea que el camino sea largo;  
que sean muchas las mañanas estivales  
en que entres en puertos que ves por vez primera.  
Detente en los mercados fenicios,  
adquiere sus bellas mercancías,  
madreperlas y nácares, ébanos y ámbares,  
y voluptuosos perfumes de todas las clases,  
todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles.  
Y vete a muchas ciudades de Egipto,  
y aprende, aprende de los sabios.

Mantén siempre a Ítaca en tu mente.  
Llegar allí es tu destino.  
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.  
Es mejor que dure muchos años  
y que viejo, al fin, arribes a la isla,  
rico por todas las ganancias de tu viaje,  
sin esperar que Ítaca te vaya a ofrecer riquezas.

Ítaca te ha dado un viaje hermoso.  
Sin ella no te habrías puesto en marcha.  
Pero no tiene ya más que ofrecerte.

Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado.  
Convertido en sabio y con tanta experiencia,  
ya habrás comprendido el significado de todas las Ítacas.

Desde la primera vez que escuché este poema en voz de Bernardo Souvirón fui consciente que lo importante de este viaje hacia Ítaca, que todos estamos realizando, no es el llegar pronto, si no la riqueza de los conocimientos que atesoramos por el camino. No tengas prisa.

PD: por cierto, recomiendo seguir a Bernardo Souvirón, profesor de lenguas clásicas, en sus intervenciones de radio RNE y diversos libros. Si piensas que la historia clásica es un rollo es porque nunca las has oído contar de la manera que las cuentas Bernardo Souvirón.

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